Así lo veo yo

Apuntes, reflexiones, intentos de poesía, muestras de amor, y otras manifestaciones ligadas a las letras de cómo vemos el mundo desde nuestra esquina.

Así lo veo yo

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PALABRAS A MI PROFE PARDI A SUS 30 AÑOS DE FALLECIDO. MUCHAS GRACIAS.

Luis Pardi. 19 de 0ctubre de 1927 – 07 de mayo de 1990. Actor, profesor, promotor cultural, mago. Una verdadera influencia.

El 07 de mayo pero de 1990, fallecía en Caracas, el maestro Luis Pardi, quien era para entonces el Director de La Escuela Nacional de Artes Escénicas «César Rengifo». Nunca había estado tan de cerca de alguien que literalmente moría con las botas puestas. A Luis lo sacan prácticamente a la fuerza de su oficina en la César Rengifo para la clínica donde moriría semanas después. Él, en plena convalecencia, y con un dedo del pie recién amputado producto de su diabetes, nos recibió a algunos estudiantes en su habitación como si nada. En días anteriores se había inaugurado en el Teresa Carreño, el Festival Internacional de Teatro,  1990. En su discurso inaugural, el Presidente de entonces, Pérez, nombra a varios hombres de Teatro, recuerdo las menciones de Cabrujas, Chocrón, y Chalbaud, cuando para nuestro orgullo y sorpresa -es la verdad- nombró como hombre indispensable en el quehacer teatral venezolano a Luis Pardi. Nuestros gritos y aplausos solitarios y anti protocolares de los pocos de la Escuela que tuvimos la suerte de estar regados por ahí, fue inaguantable. Lloramos, pues ese imprescindible estaba agonizando muy cerca de ahí, en la clínica Luis Razzeti. Cuándo le relaté la anécdota a Pardi, con su humor particular y sin inmutarse me dijo -Chiiiicoooo. Yo estoy a ese niveeeeeel-. No era arrogancia, era Luis despidiéndose. Además, lo estaba. No fue la última vez que lo vi, luego lo visité con Milagro Alvarado -no sé si ella se acuerda-, muy a su estilo se quiso levantar para darnos las comidas que tenía ahí acumuladas, tuvimos que frenarlo. Estaba mal, y en ese momento fue la única vez en mi vida que lo llamé Luis, siempre le dije profesor. Le di un beso en la mejilla, muy loco, y nos despedimos. Afuera estaba la profesora Rocío Rovira, que me dijo que Luis está bien, en fin. Días después nos dejaba, por llamar a su partida de alguna manera. Estaba con Henry MacCarthy cuando nos enteramos. El tiempo se detuvo. Para unos jóvenes de 20 años, llenos de ilusión y que estábamos en la última etapa de nuestro proceso de 4 años en la escuela -Yo estaba en el último trimestre del 3er. año- sencillamente fue una tragedia. La Escuela no se recuperó, no fue fácil, no digo que haya sido lo correcto, caer en ese estado de absoluta confusión y desasosiego, difícil explicarlo, si 30 años después nos sigue doliendo, traten de imaginar lo que fue en ese momento. Luis fue una de las primera personas, hace ya más de 50 años, que decía que el oficio del teatrero tenía que profesionalizarse, tener rango universitario. Lo veían como un loco. Proyectos como Unearte, le deben mucho a Luis y a otras personas. Hoy, en 2020, teníamos pensado hacer -gracias al apoyo de la Dirección actual de la Escuela, en manos de Roy Lorenzo, otro hijo de Luis- una función de la pieza «Don Shakespeare», en La «César Rengifo» en memoria de nuestro recordado Luis Pardi a 30 años de su partida. No se pudo. Esperamos poder hacerla en algún momento. Lo que no se aplazará nunca, es nuestra admiración, respeto y tributo a su legado. Luis, MAESTRO, Aura y yo te tenemos muy presente e intentamos hacer el mejor trabajo posible en el teatro y así honrarte. Nunca estaremos a ese nivel tuyo, pero seguimos en la lucha y con honestidad. Seguro estamos que todos los egresados de la Escuela, todos los que han pasado por ella, te tienen presente. En lo personal, discúlpenme, sin dramatismo y exageración sigue siendo un dolor inmenso en el corazón y alma. Un nudo más en la garganta, de esos que se quedaron a vivir ahí con uno. Eterno Luis. «Yo soy Luis Pardi»

Paúl Salazar Rivas / 07 de mayo de 2020.

 

 

¿Soy actor secundario de esta historia que yo mismo inventé? Le hice creer a ella que me amaba, que no podría vivir sin mí. Me valí de palabras, historias -algunas propias, otras ajenas-. Use canciones de Serrat, hasta la lleve a sus conciertos, fuimos a un teatro especial a ver obras que solo existían en mi mente. La llené de particulares amaneceres -algunos, ella en Caripe, yo en Caracas, viendo la luna a la misma hora, como si eso mitigaría un poco la sentencia implacable de la distancia-, le regalé “Piedras de Mar”, todas de papel de novela. Le expliqué la manera de cantar de Raphael, le abrí un mundo nuevo con las tomadas de Simón, éramos tan jóvenes, y yo ansiaba convencerla, y lo hice con tal pasión -o necesidad- que se lo creyó. No hubo mala intención, era un asunto de vida o muerte, mi vida y mi muerte. Y desde ese día no dejo de caminar por su espalda y de saltar de dedo en dedo -los de su mano izquierda- manteniendo esa verdad, pues todo es cierto. La amo. Ahora pasó la vida haciendo magia sin ser mago, peor, sin sombrero, haciendo pan en un horno de sueños imposibles, pero amándola a gritos y en silencio –a veces callo-, y en textos que no se escribirán. No me molesta ser lo que no soy, pues lo que sí soy –su amor- me da moral para seguir haciéndole creer que me ama sin remedio. Ella hoy celebra su cumpleaños, y yo celebro la vida en estos tiempos. Hoy debo treparme en lo que no soy para poder contar lo que siento, no es contradictorio, es muy lógico a mi parecer, solo que no lo voy a explicar, tengo suficiente con hacerle entender a un actor como encarnar un personaje que otro escribió desde su imaginación, es decir, una historia que no existe y que él debe transformar en verdad. Solo que esta historia, es mía, aunque en el reparto sea un actor secundario. Yo no soy John Lennon, no soy el quinto Beatles, no soy Serrat, Raphael –es decir “no soy aquel”-. No escribí “Piedra de mar”, pues no soy Massiani, yo no soy David Concepción, ni de Los Rojos de Cincinnati del 75, ni vivo en una tonada de Simón Díaz, no soy aquel profesor que algo enseñó. No soy Ott, Palencia, Rojas, Azuaje -qué más quisiera, pero no soy-. No inventé el chocolate, ni las empanadas de queso, no soy una taza de café, no soy el padre de nadie. Soy aquel que haga lo que haga nunca será suficiente para nadie, solo para ella. Solo soy su amor, y con eso basta. Feliz cumpleaños, Aura. 31 de diciembre de 2019.

Paúl.

 

 

Para Aura en su cumpleaños

Paúl sin papeles

Marineros sin tatuajes, madres sin amor, maestros sin tiempo, jóvenes sin alma, políticos sin carnet, jueces sin ley, amantes sin deseo, lideres sin seguidores, trasgresores sin conciencia, poetas sin visión, escritores sin verdad, vengadores sin razón, niños sin futuros, historias sin memoria, perdón sin verdad, verdades sin razón, héroes sin humildad, colores sin luz, aplausos sin honra, teatro sin pasión, despedidas sin nostalgia, muertes sin vida, sacrificios sin metas, caídas sin aprendizaje, enfermos sin cura, pacientes sin cita, países sin bandera, ancianos sin familia, donación sin condición, andar sin norte, belleza sin sur, luna sin Aura, sol sin humedad, creyente sin fe, sujeto sin predicado, café sin azúcar, deuda sin vergüenza, muerte sin honor, Raphael sin escenario, Simón sin tonadas, Serrat sin poesía, Massiani sin piedras de Mar, agua sin pureza. #reflexión #intentos #escritos #teatro #auraypaul #auraypaúl #reflexion

“Gracias es la palabra. UNO”. Logro de mucha significación para nosotros. La verdad verdadera de todo este zaperoco hoy no la puedo decir, y creo que nunca podré. Se supone que esté feliz, y lo estoy, pero la felicidad me produce nostalgia y la nostalgia me pone triste, círculo inevitable. Otras cosas también me hacen sentir triste, claro. Quisiera desarrollar algunas ideas con coherencia, lo cual me cuesta siempre. Y solo, hoy puedo agradecer. Como de licenciatura se trata, me tomo la licencia de mencionar algunos nombres, seguramente cometeré el involuntario error de alguna omisión. Pero créanme, usted está en esta lista –aunque no lo nombre-, si se ha cruzado en nuestro camino en esta obra de teatro que es nuestra vida. Una licenciatura en Teatro. Mención: Dramaturgia -de lo que me estoy graduando- es algo que nunca lo hubiese imaginado. Cuando empecé en el teatro, hace más de 30 años, era impensable que alguien se graduara de licenciado en teatro, pero visionarios como el profesor Luis Pardi, tenían 30 años -en ese momento- ya hablando de la necesidad de que la preparación formal y sistematizada del hombre de teatro tuviera esa categoría. Igual, nunca lo pensé. Aunque siempre he escrito, yo, lo que quería era ser actor. Hoy sé que quería ser actor para intentar entenderlos. No lo he logrado, pero trato de escribir para ellos, para que sean felices en escena y para que los aplaudan mucho, entre otras cosas. Cuando eso ocurre -y ha ocurrido- yo soy muy feliz. ¿Lo merezco? No sé. De algo estoy orgullo, de la manera de encarar el trabajo. Me da miedo decirlo, pero en 32 años de trabajo no recuerdo haber faltado a un ensayo o llegado tarde. Cuando actúo llego con mi texto aprendido, tratando de ayudar y sacando el proyecto adelante. Eso no me enviste de ningún poder especial, pero es lo único que puedo alegar. Lo demás, algún tipo de valoración a nuestro trabajo no me compete a mí. Muchas gracias a todos. Tal vez haga el ridículo con esto, o exagere, no sé. Realmente esto es producto del trabajo realizado, y de los estudios de estos últimos años, pero tengo la necesidad de dar las gracias a todos.

 Instituto Experimental de Formación Docente:

En 1983, participé en mi primer montaje, en bachillerato. Le agradezco a todos los compañeros con los que compartí esa experiencia durante esos años, tantas funciones, colegios, auditorios, plazas, lugares insólitos. Les recuerdo a todos. Hoy menciono a Henry González, nuestro profesor y director, al mencionarlo a él, lo hago con todos. Él, fue la primera persona que se le ocurrió darme el crédito como autor y director, cuando no estaba muy claro que eran cada una de esas funciones. Ahora, tuvimos mucha suerte de contar con tan buenos maestros, en primaria y bachillerato, es la verdad, todos eran estupendos.

 A los Sres. Juan Flores y José Ramón Tovar, las primeras personas con las que hablé de teatro con seriedad, aunque era un adolescente.

 “Gracias es la palabra. DOS”. Escuela Nacional de Artes Escénicas “Cesar Rengifo” (1987-1991)

A todos mis profesores de la Escuela Nacional de Artes Escénicas “Cesar Rengifo”. A todos. Aquí menciono a Luis Pardi, al mencionarlo a él los menciono a todos. Ligia Tapias, Cira Mercado (+), Rocío Rovira, Maritza Fernández, Álvaro Daly (+), Carlos Ospino, Luis Viana, Charles Jesús Ramos Ortega, Ligia Tovar, Orlando Rodríguez (+), Eric Bürger, Omar Phillips. Lola Ferrer (+), María Teresa Haiek (+), Perán Erminy (+), David De Los Reyes, Inés Muñoz Aguirre, Iraima Mogollón, Arelys Barbella, Rolando Chávez, Carlos Buettner, Alexis Echenagucia (+), Nelson Chacón, Carlos Sánchez Delgado, Juan Carlos Méndez. Gracias. A todos mis compañeros que entre 1987 y 1991 –de los mejores años de mi vida- compartimos estudios, ensayos, funciones, sueños, peleas, viajes, llantos, emociones. Muy especialmente a mis compañeros de salón: Milagro Alvarado, Daysy Romero, Daysi Meléndez, Carlos Rivas, Oswaldo Cedeño, Ely Rosa Zamora, María Fernanda Urgelles, Elio Pérez, Mariana Torres de Grossi, Bélgica Delón, Nelson Rivero, Diego Mesa, Francis Villalobos, Aiskel Blanco, Corina Pérez de Rotundo, Lucía Esparragoza, Henry MacCarthy, José Ramón Patiño. Otros que no estuvieron en mi salón, sino en otros lugares cercanos al cariño: Oscar Acosta y Janeth Colmenarez -Con quienes me gradúo-, Yrali López Guevara, Andrés Betancourt, Amadora García Arias. Hoy, Aura y yo somos docentes de esa institución donde nos formamos gracias a muchas personas, pero especialmente aCarlos Del Castillo y Roy Lorenzo. Gracias.
Capítulo aparte: Milagro Alvarado y Henry MacCarthy. Quienes nos han apoyado en momentos difíciles. 

Capítulo aparte: Milagro Alvarado, la amiga de siempre, con quien Aura y yo, fundamos Pequeño Grupo, pero más que eso, mi amiga del alma.

“Gracias es la palabra. TRES”. Unearte:

Profesores que tuve la suerte de conocer y sentarme en un pupitre -y a veces en el suelo- a recibir clases en la universidad con ellos como docentes: Alí Rojas, Efrén Suárez, Alberto González (+),Cleiber Carolina Zambrano León, Jhonny Rivas Pulido, Marinera Matos, León Ernesto Padilla, Mónica Mancera, Marcos Arrundel, Luis Mancera y Juan Legón. A todos los estudiantes y compañeros con los que tuve la suerte de compartir en Unearte en estos años. A todos los estudiantes compañeros del PAC y la comunidad del Juego del Patio del Garrote “Ambrosio Aguilar”, muy especialmente a los profesores Jesús Ramos Shaolin “Shaolin”, Ailín Vázquez y Marinera Matos, y a los estudiantes: Ricardo Martínez, Roselbi García, Larissa Colmenares, Elimar Montes, Carlos Minoves, Ángeles Alburgen, Mairyn Martínez, Leidy Arciniegas, Kisbel Arteaga.

Capítulo aparte: Elimar Montes, a quien le tenemos mucho aprecio y cariño, una hermana menor.

Capítulo muy aparte en esta historia: Carlos Minoves y Larissa Colmenares. Ellos, de alguna manera se gradúan conmigo, son ejemplo de constancia y dedicación. Son un lujo como estudiantes y no puedo más que desear justicia para ellos, y lo mejor de lo mejor.

Entre los profesores, capítulo aparte: Cleiber Carolina Zambrano. Mi profe. Una nueva amiga a quien Aura y yo respetamos y admiramos profundamente, lo cual se ganó con su trabajo y entrega.

A los profesores Stalin Rafael Rodríguez Castañeda, Luis Mancera, Luis Enrique Torres, por apoyar y evaluar mi carpeta y trabajo. Eternamente agradecido. Profesor Reinaldo Navarro, gracias. A todos los involucrados en la valorización de la trayectoria de los que aquí nos graduamos, cuyos nombres desconozco, gracias.

A mis admirados dramaturgos que colaboraron con sus cartas para mi causa: José Gabriel Núñez, Elio Palencia, César Rojas, Carlota Martínez, Roberto Azuaje, Job Jurado, Tomas Tomás Jurado Zabala, Pablo García Gámez. A todos los dramaturgos que han influido en nuestro trabajo. A todos los compañeros con los que me estoy graduando, especialmente los de Teatro en sus distintas menciones. Puros maestros en sus oficios.

“Gracias es la palabra. CUATRO” Producciones Pequeño Grupo:

A todos los actores, diseñadores, bailarines, productores, escenógrafos, directores, técnicos, vestuaristas, magos del teatro, colaboradores en general que nos han acompañado en Producciones Pequeño Grupo en estos 19 años de trabajo ininterrumpidos en la agrupación. A todos, a todos, a todos, gracias. Especialmente a: Marlex Martínez, Yusmary Parra, Jorge De Sousa, Marianella de Melo, Yehilyn Rodríguez, Adriana Núñez, Carlos Minoves, Indira Figueroa de Palacios, Arnovi Parra, Noemí Escalona, Carlos Palacios, Leydi Solórzano, Kenyely López, Simón Pestana, Luis Castellanos Enrique, Oscar Salomón, María Castillo, Larissa Colmenares, Luis Armando Ugueto Liendo. 

32 años:

Muchas gracias a todos los grupos con los que he colaborado en estos años. Realizando las funciones más diversas que el teatro tiene. 

A todos los directores, actores y productores -personal involucrado- que han montado en algún momento nuestros textos en otras agrupaciones. Capítulo aparte: Daniel Fagúndez y su equipo en la Isla de Margarita. Y, mis amigos de Guanare, gracias a todos. 

Globitos es diversión, a todos mis compañeros de esa etapa en la recreación infantil. A Milagros y Leo, quienes me dieron la confianza para escribir y montar las obras de teatro en esos eventos. ¿A cuántos niños hicimos felices?
Gente que influyó directamente, maestros: 
Rodolfo Drago, William Goite, Gerardo Luongo Zoppi,Germán Mendieta, César Rojas, Alfredo Caldera, Mariú Favaro, Carlos Eduardo Silva. 

Gente que influyó sin saberlo en nuestro andar: Elsa Echeverría, Mónica Montañés, Angie Caperos, Daniel González, Manuel Mendoza.
Mairena Romero y Miguel Boccalón. Por ayudarme a soñar y ayudar mantener vivo el trabajo realizado.

Amigos:
Amigos, siempre apoyando: Alejandra Saldivia, Maite Agreda, Nancy Rivero, Manuel Fernández y familia –Manolito-. Filiberto García y familia.

“GRACIAS ES LA PALABRA. CINCO. Familia Salazar Rivas. Familia D’Arthenay Gamboa.

Capítulo aparte, mi mamá Anita, mi papá Ernesto –los amo- gracias por todo, mis hermanos (Luzmila, Chero, Ernesto y Saúl), mis sobrinos, mis sobrinos nietos, mi gente. A los Salazares, a los Rivas. Mis suegros: Sra. Aura y Sr. Silvino. Mis cuñados, mis sobrinos políticos. A todos, gracias.
Capítulo aparte: Rosario, Norma, Leoncio y sus familias.

Capítulo muy aparte, muy mío: Aura D’Arthenay. A quién sencillamente y sin dramatismo, le debo mi vida en el teatro y mis momentos de felicidad. Admirada y respetada por mí. Cuando ya el sentir traspasa toda lógica, ahí estamos Aura y yo. Más allá del bien o del mal, de la envidia, el amor, la maldad, el apoyo. Ya nada nos puede importar, solo estar juntos. Aura, incluso después de la muerte, te seguiré amando, nuestro amor estará por ahí. Mil gracias flaca. 

A todo el público en general que nos ha seguido, críticos, periodistas, a los colegas, compañeros que nos han apoyado, gracias.

Se supone que debo disfrutar el momento, no dar espacio a nada malo, pero fue tan complejo llegar aquí -y lo que queda, pues todavía hay sueños por cumplir-, y sin querer ponernos víctimas, nada de eso, pero es difícil no reflexionar en estos momentos, especialmente en las dificultades. Claro, me quedo con lo bueno, con la gente que apoya, y se alegra por esta distinción que intenta rendir tributo al trabajo de 32 años en el teatro. Aura y yo lo agradecemos.

Mayo 2019.

Gracias es la palabra

El Café

El café no sabe igual, tal vez sea el azúcar, me dicen. El agua tibia está helada, pero es tibia, según. El arroz queda pastoso ¿Olvidé hacerlo? Nada es igual que antes, me dicen. El cielo mantiene su azul hermoso, lo veo igual, se mantiene. Como la mirada de Aura, siempre ahí. Habrá que sostener la mirada hacia arriba por mucho tiempo, me dicen. Duele el cuelo. Habrá que acostarse boca arriba al aire libre para apreciar algo que se mantenga igual, me dicen. Luchar, me dicen. Que deje el pesimismo, me dicen. No entiendo. Eso creía que estaba haciendo, luchar, me refiero. No he dejado de trabajar, de estudiar, de hacer, esa es la única lucha que entiendo. ¿Pesimista? -Esa no es la forma-, me dicen. No entiendo. Me dicen tantas cosas, y este café no sabe igual. ¿Olvidé hacerlo? Sus labios saben igual. Sigo.

Paúl Salazar Rivas 2018

Querida Miranda (en tu primer cumpleaños).

Quisiera ser mago. Quisiera mimarte, cuidarte, consentirte, que fueras nuestra niña y que tengas una vida feliz. Quisiera ser adivino y hacértelo todo más fácil. No para realizarle trampas al destino prediciendo el futuro y favorecerte en desmerito de otros, no. El mundo es tan complejo, y solo quiero ayudarte, buscar un equilibrio. Me pregunto si eso estaría bien, seguramente no, pero es que tengo miedo y no sé como cuidarte. Quisiera contarte cosas acertadas, sin mentiras o medias verdades, contarte las cosas como son –Miranda, este mundo está difícil, pero es el que nos tocó-. Quisiera ser mago para meter en un sombrero todo lo que pueda hacerte daño. Sacarte -de ese mismo sombrero- carcajadas, y un certificado valido de que todo está bien. Columpiarme en tus dientitos de conejo, dormir con tu peluche, jugar con tus piecitos, tus manitas, comerte completita, aguantar con valor los rasguños que nos das cuanto te damos el tetero, y quitarte esos lazos que te ponen que tanto te fastidian. Nadar en tu mar de juegos, o más bien ser tu salvavidas, tu héroe, pues. Solo para cuidarte. Quisiera ser mago y arrojarte polvos especiales -tipo calmante natural- para que te apacigües alguito, pues eres muy muy muy inquieta, y nunca estás tranquila, y tal vez te sirva tener un poquito de calma, especialmente en los abrazos ¿Sabes por qué? por que uno quiere apurruñarte, y darte besitos, jejeje, y tú no te dejas –te resbalan los besos y abrazos-, y te sacudes como un animalito rebelde, pues lo único que quieres es andar por ahí caminando, dando tumbos, abriendo gavetas, destapando cosas, “investigando el área”, y nuestras casas son tan pequeñas que ya te aburre indagar esos rincones conquistados, pues quieres nuevos espacios, como la terraza de nuestro edificio, o el mundo ¿tu independencia?, y miras a uno a la cara, desafiante, subiendo los hombros repetidas veces como diciendo –A mí que me importa- y luego te ríes con esa maravillosa mueca, y todo está solucionado, y te veo y me pongo intenso, reflexivo –fastidioso-, y pienso en tantos niños que nunca pudieron ser niños, y uno entiende que no puede existir la felicidad plena, pero tú no sabes de eso, lo tuyo es descubrir, y solo podemos intentar explicarte cosas y hacerte feliz, y -Dios mío- disculpa, pero es la verdad, el mundo es una porquería, pero estás tú, y está Aura, y hay que hacer algo, y no lamentarse, hacerse el loco e inventar. Tantos sobrinos, todos han pasado por lo mismo, todos se van, sin avisar, sin aceptarlo -y uno se llena de culpas y preguntas-, pero todos han pasado por este primer año de vida, y hoy te toca a ti, y me da tanto miedo, te falta tanto, y sé que no podremos estar ahí más adelante, y sabrá Dios que te dirán, y este libro llamado destino, siempre escrito de esa manera, es tan raro, que uno quisiera huir a ese bosque oscuro y hermoso que son tus ojitos –casi negros- junto a Aura, y olvidarme de todo, esos ojitos que miran con atención aunque tus pies están bailando, y vivir con esos caballitos de mar, esos gritos de felicidad, esos extraños muñequitos que te gustan, y todo ese mundo, tuyo. Pero se supone que debes crecer y hacer algo con tu vida, como todos mis sobrinos, y eso depende de tantas cosas, y nos da tanto miedo, a mi, a tu tía, y a tu abuela, que solo te podemos desear feliz cumpleaños. Hoy pienso en mis sobrinos, en todos, pero especialmente en los más pequeños, casi recién nacidos, en Tiffany, Matías, César Esteban, Isabela, Cristophofer Azarenka y Miranda, y siento alegría mezclada con miedo, es así. Quisiera decirte que el día que naciste, tu tía Aura estaba contigo, y suspendimos un ensayo, y nosotros no suspendemos ensayos, pero lo hicimos. Quisiera decirte que cuando eras muy muy muy chiquita yo era el único al que tú te le pegabas como un osito Koala, abrazada, y te dormías sobre mí –con lo difícil que era para ti dormirte-, y entonces uno llegaba tarde a todos lados, pues no tenía corazón para despertarte, y uno no llega tarde a ningún lado, pero llegaba, y claro que eso es una tontería, pero era importante para mí. Y luego, creciste un poquito, pero seguías “dura de dormir”, y entonces cambié la estrategia, y te abrazaba a lo bravo, y me meneaba muy fuerte, cantando repetidas veces esa frase que inventé, y plum, te dormías, y yo pensaba que tenía una especie de poder extraordinario: El poder de dormirte. Pero como todo súper poder, caduca, y ahora te duermes cuando te pega la regalada gana, y uno entiende a la difícil que no es ningún súper héroe, y tal vez no estemos contigo más adelante, y tal vez ninguno de estos lugares comunes tengan sentido, pero lo tienen para mi. Quisiera decirte que a veces, te me pareces a todos los bebes que han pasado por esta paternidad frustrada representada en mis manos -que se consuela con ser padre de personajes ficticios interpretados por personas lejanas-, que ese parecido se va desvaneciendo como se desvanecen esas cosas. Y te salieron tus dientitos, y empezaste a gatear, a caminar, y te diste tus golpecitos, y todos salimos a consolarte -casi a llorar contigo- pues te daba mucha rabia, buuuaa, para luego salir corriendo nuevamente a la batalla del andar, y volver a caerte, y llorar, y uno no sabía si lo hacías por no tener remordimiento a las caídas o por testaruda. Quisiera que vivieras tu tiempo, que no te dejaras contaminar y que nunca permitas que te digan que NO puedes hacer algo. Pero que seas prudente, valiente, constante y respetuosa –buena mezcla-. Que maduraras a los 3 años y no a los 40, pero, ni modo, cada quien madura cuando le toca –Hazlo pronto, por favor-. Quiero decirte que no estudies para aprobar una materia, hazlo para simplemente aprender, eso es muy valioso y uno lo comprende muy tarde. Quisiera que vivas tu tiempo, tu contexto, tu aquí y ahora, pero igual –por las moscas-, quisiera que te des tu vueltita por Los Beatles, John Lennon, Serrat, Fito, Sabina; Lavoe, Rocío Dúrcal y Mirla Castellanos –estas últimas en honor a tus abuelos-. Que no pierdas tiempo y le entres desde temprano a las tonadas de Simón Díaz –que viene siendo el tío de Venezuela, y eso lo hace un mejor tío-. Que no te dejes complicar con la transculturización, pues cuando uno quiere que el mundo lea a Gallegos, que escuche a Felipe Pirela o inmortalice a Concepción -esas cosas-, uno quiere penetrar en otros mundos ¿Transculturizarlos, será?. Nos penetraron Miranda –hace rato-, y nosotros hacemos lo mismo, ya estamos muy mezclados, y esa es nuestra verdadera identidad, tú disfruta nada más, y que se vayan a levantar sus banderas, a otra parte. Es complejo, pero es así. Quisiera comprarte tu primera edición de: “Piedra de mar” de Francisco Massiani, y esas cosas. Quisiera contarte por qué amo tanto a tu tía, pero deseo contarte la versión larga. Quisiera hablarte de tu abuelo Ernesto. Que te imagines la obra que nunca te escribí -pues no podré- Quisiera aceptar de la mejor manera posible que tendrás que equivocarte, llorar en soledad, y descubrir por qué te tocó a ti esa circunstancia. Comprender que no nos necesitarás. Quisiera entender que tendrás que enamorarte de esa persona -que hoy tal vez sea un bebé como tú- ¿qué tendrás que mentir?, tal vez, no sé. Que tendrás que hacer daño, o no hacer nada -que es peor-. Tendrás que tomar posición, acurrucarte en una trinchera, disparar ideas, salvar vidas, matar de amor, aprender –al menos- este idioma, vestirte de alguna religión, heredar culpas, algunas deudas, y, algún día, -tal vez- escribirle algo parecido a alguna personita que no te pertenece, como hacemos ahora contigo, eres nuestra y nunca lo serás. Quisiéramos, Miranda, que seas muy muy feliz, aunque –tal vez- no estaremos ahí. Te queremos mucho. Uno no quiere ser mago para ser especial, uno quiere ser mago para estar a la altura de tu inocencia con fecha de vencimiento. Para que al quererte a ti, querer –y cuidar- a todos los niños del mundo. Uno quiere ser mago para cuando no estemos, puedas meter tu manita en el sombrero y nos puedas sentir, y cuidarte. Dios te bendiga, loquita. Aura y Paúl.

El 22 de agosto de 2015, Mirandita cumple su primer año, y quisiera ser mago.

Carta a miranda

Carta a miranda

Para Miranda (En su segundo cumpleaños)

Ella no hace mucho caso que se diga, se aburre fácilmente de las cosas, su atención solo puede ser ganada –y por breves minutos- por la televisión y por decirle que vamos a la calle, no me enorgullece esto, pero es la verdad. Ahora, le gusta estar en un parque y correr. Te reta sin miramientos. Llora en forma divertidamente dramática y le mete el chisme al primero que encuentre de su entorno. Es muy inteligente, y usa esa mente para “el mal”, como montarse donde sea y agarrar los celulares “mal puestos”, vasos con agua, o lo que sea, incluso para encontrar el control remoto del televisor –oculto en lugares remotos- y cambiar los canales sin ningún criterio. Ya lo está superando, pero en secreto, le gustaba rayar paredes. Ella baila con estilo propio, lleva el ritmo, bate sus manos como haciendo flexiones, y mueve su cinturita. Pero no baila sola, le gusta tomarte de la mano, ponerte frente al televisor o equipo de sonido, y hacerte bailar con ella. Es muy divertido verla. Ella se ríe mucho, pero tiene un carácter fuerte. Se tira al piso, y todo el cuento. Su sonrisa todo lo puede. La llevo a caminar a la plaza que está frente al edificio, y la saludan por su nombre gente que ni conozco. Ella les dice a todos, “hola” y “adiós”, y hasta el más “cara de pocos amigos” que pasa a su lado no puede dejar de contestar tan desparpajado saludo. Cuando ve a la luna, le dice “hola luna”, como si fueran amigos, y lo son. Escribe sus garabatos, a ambas manos, todavía no sé si es derecha o zurda. Pide la bendición con sus manitas juntitas y su sonrisa picara, como pidiéndole un perdón anticipado a Dios –o quien se encargue de esas cosas-, por las travesuras que hará. Dice pocas palabras claramente, pero siempre ha hablado hasta por los codos en ese idioma  lenguamirandino que tiene, sin uno saber que dice, aunque ella se las arregla para darse a entender. Ahora, en lo personal, y no es por presumir, dice, Paúuuuul, claramente. No tiene horarios, es empeñosa, porfiada, terca, ocurrente y encantadora. Le gusta subir a nuestra casa, saludar a los aviones que ve desde la terraza. Muy amiga de las guacamayas. Camina con propiedad, como la líder, como quien sabe por donde va, como si tuviera muchos años en este planeta. Sigue el andar de una hormiga con milimétrica calma, cosa rara en ella, y las ve donde sea, tiene buena vista para eso. Se introduce como si nada, en la casa de los vecinos, pero no es que sea grosera, es que todos la quieren mucho, la consienten y es bienvenida. Ella misma se encasqueta lo que sea en la cabeza, gorras, cintillos, sombreros, y siendo tan inquieta se deja peinar para colocarse sus colitas. Ponerse sus zapatos deportivos es sinónimo de salir a  la calle.  Sufre al ver la lluvia desde la terraza del edificio, pues ella solo quiere lanzarse bajo el agua que cae y chapotear charcos. En secreto, y no le digan a nadie, les confieso algo. Cuando se acaba la lluvia y sale sol –esos días ocurren con frecuencia, créanme-, le pongo unos pantalones cortos, una franelita, la descalzo y nos ponemos a pisar charcos. Ella, la primera vez, no lo creía, tal vez pensaba que su tio se volvió loco, pero luego era muy, muy feliz, y yo más. Luego le lavo sus piecitos muy bien, la visto y queda siempre con ganas de más. No es muy de abrazar, nunca lo ha sido, uno tiene que robarle los besos y abrazos. Pero a veces, ella te sorprende, se acerca con cuidado, te abraza, rapidito y sale corriendo, como para que uno no se queje, como dándole a uno un pedacito de felicidad. Lanza besitos volados con rapidez y estilo, y así resolvió, a su modo, el problema de que invadan su espacio. No es miedosa, no le importa estar en lo oscuro, pero no le gustan los ruidos fuertes. Se lanza a bajar las escaleras con temeridad, hay que estar muy pendiente y agarrarla con cuidado, para que no se caiga, pues le gusta bajarlas a pie. Le gusta escuchar música, y bailar a su manera. Yo le pongo varias cosas, ella hace lo suyo. Lo entiende todo, pero no se le entiende nada, pero lo que dice le queda muy bien. Hasta ahora, come de todo, pero le sigue gustando el tetero. No es nuestra hija, ni vive con nosotros. No sé por qué razón algunos han creído eso, nunca lo he dicho, siempre la he tratado como mi sobrina-nieta que es. Ella siempre se me parece a alguno de tantos sobrinos, de esos que hoy ya son hombres y mujeres, esas cosas pasan, y uno queda en el pasado. Uno hace lo que se puede, no me tiembla nada al decirlo. Ella adora a su abuela, y su abuela la adora a ella. Ella adora a su mamá, y su mamá la adora. Nosotros la adoramos a ella. Siempre tengo miedo al pensar en su futuro, lo digo por este mundo tan complejo. Hace un año, quería ser adivino o mago, para ayudarla en su vida, y creo que sigo en la misma. Juega con el azul del cielo y hace maravillas con las nubes, le da brillo a las estrellas, vuela con destreza, el sol se gradúa a su antojo. Con su amiga la luna hace figuritas, y esas cosas que hacen los niños. Tal vez crecerá y perderá ese don que tiene ellos, sé de pocos adultos que hagan estas cosas, en fin. Aura y yo la adoramos mucho, y lo increíble, es que todo lo aquí escrito, describe a una niña que apenas está cumpliendo dos años. Feliz segundo cumpleaños, Miranda.

Paúl.

Yo no buscaba actrices para realizar obras no escritas, mucho menos iba estar buscando amores eternos que ni sabían que existían. Yo no era el solitario que no había encontrado el amor frente a un puente divagando si saltar o no al vacío de la cotidianidad. Ella llegó. Yo quería ordenar mis sueños de papel. Yo tenía 21 descarados años con una maleta llena de sueños que ni sabía estaban embalados. Yo era inseguro y cobarde, y me entendía así, si los ricos dicen que tienen que existir los pobres para el orden del mundo, entonces los valientes dirán que deben existir los cobardes para saber quien escribirá la historia. Yo no buscaba besos de valor. Yo no buscaba rebeldía en mi vida, mucho menos en le cabello revuelto que adornaba su sonrisa. Yo no tenía voz, pues algún silencio habría que haber en esta vida. Formas de comunicarme experimentaba y llegó ella. Yo no sabía escribir, pero tampoco buscaba manuales de ortografía, musas en las que no creo, yo buscaba maneras de enfrentar el trabajo de juntar palabras, y ella estaba ahí. Yo no buscaba cómplices, maneras para morir los diciembre y resucitar los abriles, socios para noches de luna. Yo no buscaba la muerte perfecta que no es otra que entregarte ciegamente y sin fin. Yo no buscaba entender los sutiles matices, tazas de café perfectas. Tuve suerte, ella estaba ahí. Yo no buscaba escribir estas tonterías. Yo no buscaba el perdón, cofres para guardar el temor, yo no buscaba donantes para mi hemorragia de confusión. Yo no buscaba vendas sacadas de su piel para cubrir las heridas conseguidas en ensayos con aquellos que el teatro es el pasatiempo de turno. Yo no busca un país pues tenía uno, y ahora ella es mi mapa perfecto que limita de norte a sur con mi cuerpo. Yo no buscaba esa sonrisa, esa mano siempre tibia, ese enfado, ese silencio sagrado. Yo no buscaba esa salsa para pasta hecha con nada y de la nada. Ella apareció como aparecen las personas que de alguna manera siempre han estado ahí. Yo no la buscaba, tuve suerte. Ella llegó.

Paúl 2018.

Ella llegó

Nos gusta el teatro

Me gusta el teatro, en ese momento que se apaga la luz, y el público –o quienes sean ellos que están sentados ahí- empieza a callar su murmullo para terminar en un silencio profundo, y todo está por empezar. Esto ocurre, sea quien sea se esté presentando, los consagrados, los que no, los que tiene más o menos tiempo en su andar. Tal vez es el único momento donde todos somos iguales en el teatro, tal vez. Me gusta el teatro al tener la entrada, en la cola, en la fila, donde no conoces a nadie y sabes quienes son todos. Me gusta el teatro, y la cara de aquel niño de 1983, remoto ya, desaparecido, secuestrado por el tiempo y el mismo teatro, ese niño viendo aquella obra estudiantil, congelado en la distancia, sentenciado a morir intentando hacer eso. Me gusta el teatro, y sus mentiras, tratando de convencer con palabras ajenas, unos adentro y otros afuera de las tablas. Me gusta el teatro, ese vacío final, esa desnudez cubierta de miedo, esa obstinación, esa vulnerabilidad, esa inexplicable constancia y siembra, casi siempre sin frutos, ese convertirse en campesino de la nada, cosechador de sueños que no existen, pero están ahí, sentirse un invasor. Me gusta el teatro, ese envejecer –matando niños perdidos, como me mataron a mi-, ese ser juzgado sin piedad, esa rutina que siempre es nueva, ese desgaste que te acaba y despierta en ti nuevas ideas que te acabarán más adelante para que nazcan otras nuevas ideas, y así ir muriendo -¿Cuántas veces habrá que fallecer?-, desgaste por el cual unos se van de la meta sin saber adonde iban y otros se quedan alimentándose –del desgaste-, esa contradicción. Me gusta el teatro, esa manera de ignorarnos, esa invisibilidad que nos sentencia, pero que nos protege a unos y mata a otros. Me gusta el teatro, no por que lo hagamos mal o bien o regular, pues siempre los bandos darán sus opiniones, sino por ese sincero intento de hacerlo, de testimoniar, de cumplir. Me gusta el teatro, y la lucha contra los demonios, verdaderos y falsos, contra ese rumor y esa arbitrariedad. Me gusta el teatro, y la verdad verdadera –si es que esta existe. Supongamos que sí-, casi siempre escondida, pocas veces triunfante, como la justicia justiciera. Juego de palabras, este, que juegan con uno más bien. Me gusta el teatro, ese texto que te sorprende, ese grito que no llega a ser grito, pues no es necesario, esa palabra subida de tono, esa grosería en el texto pero dicha discretamente, esa risa que nace del público sin que el actor la busque descaradamente, o cuando la busca sin buscarla, como encontrándola en comunión con todo –texto, compañeros, director, en fin-. Me gusta el teatro, esa cosa de creer que el buen teatro es que el hace uno. Me gusta el teatro, ese trabajo en equipo donde cada quien hace lo que le corresponde, universos privados en comunión, ese proceso que solo es para uno y los involucrados, eso de lo que el público solo disfruta el resultado. Me gusta el teatro, ese secreto que nació en bastidores y nunca debería salir de ahí, pero que tristemente sale, adulterado y contaminado por el chisme y la mala intención, a veces.  Me gusta el teatro y la lucha ante la ciudad que atenta contra la serenidad, contra la puntualidad, ese ensayo, ese juntar un bolívar, ese ticket del metro en el bolsillo, solitario en la cartera el día del estreno, ese eterno comenzar. Me gusta el teatro, por lo injusto, no por lo injusto claro está, sino por lo que aprendes de la lucha contra esa adversidad. Esa tolerancia que se convierte en mandamiento y que –seamos sinceros- nada ayuda, al menos no ha nosotros. Me gusta el teatro, esa idea propia que deja de ser tuya y se convierte en realidad, esa idea ajena que la haces tuya y se convierte en realidad, igual. Me gusta el teatro, esas miserias, esas envidias –que nunca pueden ser sanas-, ese ego, ese silencio, esa impotencia, propia y ajena, ese ser humanos y débiles. Me gusta el teatro, que se confundan los recuerdos, la nostalgia por el futuro, esa culpa, esa liberación, ese mensaje alentador, esa transformación para seguir siendo el mismo, esas canas, esos amigos, ese mismo pantalón. Me gusta el teatro, luchar contra la decepción, contra decepcionar, esa frustración, ese ser frustrante para los demás, ese sistema perverso del que todos nos quejamos y al que todos pertenecemos –el que no, dejo la puerta abierta para que se excluya-, ese proyecto congelado, esa carta extraviada, esa sala nunca dada, está ocupada. Me gusta el teatro, ese ensayar en lugares insólitos, suspender ensayos por lluvia como si fuera un juego de béisbol, esos olores, ese riesgo, ese morir, esa inseguridad, ese errar que te castiga, esa buena acción que te libera –pero no del castigo-. Esa sala llena, pero de butacas vacías, donde una siempre te habla como buena amiga y te explica que el público está ocupado buscando otro tipo de risas, otras propuestas. Esas obras acumuladas en el disco duro de computadoras prestadas, disco que se pone blando de tantos golpes de personajes presos y sentenciados a no vivir. Me gusta el teatro, conocer a algunos inocos y fantasmas de la infancia, verlos en escena aunque algunos ya están muertos -como aquel niño-, conversar con ellos, darles la oportunidad de que corran y huyan de esas balas asesinas en Puerto Rico o Nueva York. Me gusta el teatro, en la crisis pasada, en la actual y en la que vendrá, pues nunca ha sido fácil, al menos no para nosotros, y nunca lo será. Me gusta mucho el teatro, cuando la veo a ella, tan menuda, delgada, crecida en escena, enorme, como de tres metros, dueña de todo y muriendo por dentro. Tan valiente el personaje y con tanto miedo la actriz. Tan puntual, tan compañera, tan buena gente, tan talentosa y como si nada. Me gusta el teatro, especialmente con ella, ¿Con ella aquel niño despertó?.  Me gusta el teatro, y eso no me libera de nada, no nos hace especiales, me gusta, como a otros les gusta otra cosa. No por que lo hagamos bien o mal o regular, o por que te guste a ti o no lo que hagamos, porque me hayas difamado, injusta o justamente, aunque nadie debería difamar a nadie, las acciones deberían hablar y que te juzgue tu andar, o  por que nos celebres, también pasa, simplemente me gusta el teatro. Como público –jamás me he salido de una función, no digo que esto sea bueno o malo, pero jamás me he salido de una obra en desarrollo-, como participante, como soñador, como campesino de la nada, como habitante que soy.

Me gusta el teatro, ese llegar temprano, escuchar calentar la voz, el cuerpo, la emoción, el dolor, trabajar, revisar el texto, la utilería, escuchar, ser leal, ese abrazo antes de la función, ese ritual, ese “están dando sala” –la sala que es tuya pero que no te pertenece-, esos extraños deseos, escatológicos algunos, esas piernas partidas, esas maldiciones. Me gusta el teatro, conocer a maestros, amigos, el amor –en mi caso-, historias, público, el sentirse pequeño como público y grande como teatrero ante los trabajos sinceros, honestos, maravillosos, sensibles, inteligentes, ocurrentes, con recursos o no, de tantos compañeros. Me gusta el teatro, cuando el aplauso es cerrado y de pie, incluso cuando esos aplausos son ofrecidos por dos o tres personas en el público. Me gusta el teatro, ese rigor, ese compromiso, vencer las dificultades o caer vencido, sacar positivismo del realismo nada alentador, sentir –al menos por un momento- que hay amistad, ese gesto, ese ritual, ese nervio que sentimos y que luego quisiéramos pasárselo al público con emociones. Me gusta el teatro, y me disculpo, ocupamos tan pocos espacios, los que conseguimos por milagro o por trabajo, no me quejo, reflexiono, nuestra realidad es la misma de tantos compañeros. Me gusta el teatro, caminar por tu espalda, tu emoción, besarte en la frente, pasear las palabras, tener un plan, una metología, de uno, no improvisar, seguir tu instinto que es otra cosa. Me gusta el teatro, ese agradecer, esa deuda eterna, esas gracias colgadas, esa ayuda, esa confianza estimulante. Me gusta el teatro, mi paz, mi espacio, mi soledad –solo la compañía de ella, de Aura-, mi lento proceso, no ser invadido, que la sala de mi casa sea nuestro lugar de escribir y depósito, mi refugio. Me gusta el teatro, ese ya no tener miedo de decirlo, de esconderme, ejerzo mi derecho, no por que lo hagamos bien o mal, eso es otra cosa. Nos gusta y seguiremos haciéndolo, aunque sea a ratos robados en la terraza de nuestro edificio y solo nos vea un extrañado vecino del edificio de al lado en pantalón corto y sin camisa.

Paúl Salazar Rivas. Junio 2016.

Te aseguro Aura Esperanza, por mis errores, mis pasos en falso y la certeza de mis dudas que seguiré descubriendo matices distintos en tu sonrisa. Pongo mi alma en garantía –en el mismo cielo donde empeñé mi razón por ti- que intentaré cuidarte en este bosque tenebroso que se ha vuelto la vida y seguiré haciendo de el un lugar seguro tal cual lo son tus manos -un castillo protector-. Juraría por mi honor, si llegase a ser necesario, que hurgaré en nuestro repleto pasado para hacer espacio y acurrucarnos protegidos de este extraño presente y desde ahí tomar fuerzas para seguir adelante. Palabra de caballero descalzo y tímido que esos 26 metros cuadrados que llamamos hogar seguirán siendo suficientes para no poner límites a nuestra felicidad. Pongo de por medio cada canción de amor de Serrat que haya sido plagiada usando falsas metáforas, cada cuento de Massiani que el maestro no escribió por estar embriagado en el tormento de la genialidad y cada poema abandonado por algún niño enamorado de su profesora –pues los poemas no se terminan, se abandonan como a la niñez- que haré lo que sea necesario para que tus pasos sean firmes, tu descanso prolongado, tu memoria alimentada de futuro, tu calma sea calma y no solo silencio -que es otra cosa- y tu experiencia sea provechosa para lo que viene y no solo se acumule inútilmente en la arteria más pequeña del corazón de una de tus muñecas de papel. Como en el tribunal de un mundo imaginario, con una mano puesta en un libro de teatro en vez de una biblia y la otra alzada solemnemente ante la humanidad y no ante Dios, que jamás despilfarraré el brillo de tus ojos, el color de tus labios, la discreción de tus líneas de expresión y la silueta de tus pies. Caminando por tu espalda, confieso que seré lo que quieras que sea, a pesar de la molestia que mi acción ocasione a algún despistado, pues ese tributo no me hará sumiso, me elevará a la felicidad de tu ser que es el lugar más sereno, humilde y acogedor que conozco. Feliz cumpleaños, Aura. Que el testimonio de tu vida se mantenga todo el tiempo que la eternidad tolere, con salud y aplausos bien ganados con trabajo, que son los únicos que conoces. Te amo.

Paúl. 31 de diciembre de 2018

Juramento para Aura

Si yo fuera cantidato

 

No es una crítica, un rechazo a ese oficio, es que no me gusta para mí, como muchos otros trabajos, pero eso no me hace tener algo en contra de esa profesión. No inventen queridos amigos. Por ejemplo, el ser médico es una maravillosa profesión ¿verdad? Pues yo nunca habría sido eso. Y es una labor maravillosa. Su principio es salvar vidas, curarlas, ayudar, en fin. Todo eso es bueno, pero no me veo en esa actividad. Pero no significa que tenga algo en contra de los médicos. Expongo esto para explicar un punto. Bien. Creo que nunca habría sido político. Pero aplica lo mismo que con los médicos, no tengo nada en contra de ellos, al menos nada de lo que algunos puedan pensar. Seguramente es una profesión para la cual hay que tener vocación de servicio, de ayudar y todo eso, pero yo, no sé, no me veo, nunca me he visto. Realmente, desde los 13 años –aproximadamente- no he querido ser otra cosa que no sea teatrero, he pagado el precio, pero no los fastidiaré con eso, lo haré con otra cosa. Ya quedó claro, que sin tener nada particular en contra de ellos, no sería político, como tampoco sería médico, y probablemente tampoco sería bombero y policía, y estamos claro que todas estas profesiones son muy importantes y valiosas, que requieren de personas especiales y comprometidas. Ahora, si por alguna razón inexplicable de las que pasan en el mundo, un día despierto en una extraña película de la vida real y me viera en el mundo de la política, y peor aún, me encontrara en la difícil posición de estar compitiendo por algún cargo de elección popular -el que sea-, es decir, tener que salir en público para decirle a la gente que voten por mí por qué “yo soy el tipo”, caramba, que difícil.  Creo que no tendría ninguna oportunidad de ganar, entendiendo los cánones de campañas electores, incluyendo a los electores, pues daría una orden estricta para todo aquel que –por alguna extraña razón que ellos sabrán- me acompañe en semejante tarea, a la discreción. Lo cual, entiendo me condenaría. Seguramente, sería firme y decidido –eso es otra cosa-, pero discreto, respetuoso, sincero. Sin jingles de campañas, afiches multicolores, y esas cosas. Sé que no descubro que una rueda en bajada va más rápido, que muchos políticos en el mundo han realizado campañas sin canciones pegajosas y toda esa parafernalia. Pero yo, en estos tiempos, andaría con discreción, austeridad –sé que todos lo dicen- y sin camiones por ahí con enormes cornetas, sonando música a todo volumen promocionando mi candidatura. No calumniaría a nadie, y no por rabo de paja -que no tengo-, es que no quisiera llegar a ningún puesto por desacreditar a alguien, no quiero ser “el menos malo”, el que llegó por los errores del otro, por un desliz ventilado, no quisiera caer en eso de: “la política es así”, en eso de: “en la guerra todo se vale”. Y quién me difame, y entiéndase por difamar el decir algo grave contra mi, pero absolutamente falso, solo con el objetivo de ganar la elección sin importarle el daño que pueda causar a terceros al decir mentiras amparado en eso de que: “la política es así”, se tendrá que atener a lo que ley diga, pues la usaría para defenderme, y por los canales regulares, aunque salga con las tablas en la cabeza, y la ley que deba protegerme no lo haga. No es una bravocunada, por favor, es sentido común y respeto  ¿Me explico? Seré muy rencoroso, pero no espere el compañero que al final de la campaña nos tomaremos un café para hacer las pases por qué la “política es así”, después que familia y amigos pasaron la vergüenza de verme en envuelto en calumnias y mentiras, que solo buscaban promocionar a algún candidato desacreditando al hijo de Ana María –mi mamá-, pues, “así es la política”. Qué asuma su responsabilidad como yo asumiré la mía. Sería un candidato de esos que, no sé, de esos que dan la mano con el mismo peso de un contrato firmado ¿Se entiende?  Por más trapos sucios que sepa de alguien, no lo usaría, pues me concentraría en lo que yo pueda ofrecer. Obviamente no tendría ninguna oportunidad, pues le dejaría claro a los que me acompañen, que sea cual sea la situación, no podemos decir ninguna mentira, ni medias verdades. Ni discursos estratégicamente pensados para decir cosas ambiguas que hacen entender al elector otras. Disculpen el lugar común, pero no prometiera nada que no se pueda cumplir, y si hay cosas muy difíciles de cumplir, pero no imposible, así mismo lo explicaría, pero no por engaños, ni filigrana, no, lo dijera así mismo. No buscaría frases con pegada, y esas cosas, entiendo el fin, pero buscaría explicarme de otra forma, no sé ¿Con la verdad?, sé que estaría perdido, pero así intentaría hacer las cosas. No sé como haría, pero no pegaría un solo afiche en ninguna pared, ni colgaría pendones en ningún poste, ni nada de eso. No sé como me promocionaría, pero sé que eso no lo haría. No fuera un desproporcionado, exagerado o falso optimista con sonrisitas fingidas ni nada de eso. Pocas veces sonrío en fotos, no voy a venir a sonreír ahora. Eso sí, no puedo decir que no besaría bebes en la calle, pues quienes me conozcan un poquito saben que adoro a los bebes. Me perdonarán esa. Comprometería a todos los que –por alguna razón que no puedo entender- estén conmigo a un acto sobrehumano de honestidad, prometiendo el tratar de hacer las cosas bien y de manera asquerosamente transparente. Les comprometería a asumir la responsabilidad de sus actos. No sé. Respondería preguntas, las que sean, y concretando, pero tampoco sin que me estén apurando, y cada vez que un periodista me diga –Respóndame esto con la verdad- Le diría. -Claro ¿De qué otra forma puedo responder?-. Con todo respeto a los que hacen eso, y a los que ofrecen el legítimo servicio, pues entiendo que es parte del asunto, pero no tendría asesores de imagen ni nada de eso. Seguramente me asesoraría con alguien sobre temas que competan al cargo que aspiro, pero en el ámbito estricto de los problemas a resolver. Dejaría claro a familiares, amigos y conocidos, que bajo ningún concepto los favoreceré –de ser increíblemente electo- en nada que no sea un derecho común y corriente al que tengan acceso todos por igual. Respetaría el protocolo de las cosas, pues lo podría entender, pero trataría en lo posible de eliminar actos públicos, y esas cosas, no sé como decirlo, trataría de dedicar todo el tiempo en trabajar en resolver los problemas de la competencia al cargo, más nada. Sé, y entiendo lo complejo del asunto. No estoy descubriendo el agua tibia, pero trataría de ser muy normal, discreto. No haría chistecitos de campaña, ni dármelas de simpático, creo que saldría a buscar el voto, casi con pena, como pidiendo disculpas, no por qué no me valore, por complejo, es difícil explicar, pero no entiendo a tanto candidato -de cualquier tendencia- con cara de “aquí no pasa nada”, “yo no tengo la culpa de algo”. Con un optimismo extraño, prometiendo cosas ya prometidas y que para colmo no son de su competencia, prometiendo especialmente soluciones que nunca llegan, no sé. Lamento mucho si otros lo han hecho de esta manera que intento explicar aquí, salieron victoriosos y resultaron más de lo mismo. Lo lamento. Yo hablo por mí. Tranquilos, es un ejercicio de imaginación. Es que me tiene podrido el camión que pasa por mi casa cada 10 minutos, con música de reguetón, a veces con gaita, invitándonos a unas bellas navidades si votamos por fulanito. Lo de mis navidades lo resolveré con mi esposa, mi mamá y mi familia. Realmente, y con todo respeto, no tengo la más minina idea de qué lleva a una persona a postularse a un cargo de elección popular. Seguramente, algún político, en su legítimo derecho de aspirar a un cargo público, pensará ¿Qué tiene ese señor en la cabeza para querer estar escribiendo obras de teatro?

Estas reflexiones, surgen de mi diagnóstico sobre las próximas elecciones municipales, seguramente estoy equivocado. Las mismas se hacen con respeto.

Paúl Salazar Rivas 2018

 

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